Columna de opinión por Dra. Claudia Barrera.
SANTIAGO, 25 de noviembre de 2024. La violencia de género deja cicatrices que trascienden el tiempo, sus consecuencias son devastadoras para la salud física, psicológica y social de las víctimas, afectando muchas veces de forma irreversible su bienestar.
La ONU calcula que, en todo el mundo, 736 millones de mujeres, casi una de cada tres, han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja; de violencia sexual fuera de la pareja o de ambas al menos una vez en su vida (el 30 por ciento de las mujeres de 15 años o más).
En 2023, se reportaron 134.116 casos de violencia intrafamiliar en Chile: un 80% de las víctimas fueron mujeres y el 80% de los agresores, hombres. Además, cada día ocurrieron 51 agresiones sexuales, afectando en su mayoría a mujeres y niñas (86%), mientras que el 95% de los responsables fueron hombres.
Estas impactantes cifras deberían estremecernos y apremiarnos a cambiar la cultura de violencia de género que aún persiste en nuestro país. La creación de espacios seguros, la educación en igualdad y el acceso a redes de apoyo son fundamentales para combatir estas problemáticas.
La violencia de género que ocurre dentro el hogar, llamada violencia doméstica, es la forma más común de violencia alrededor del mundo y sus consecuencias son devastadoras. Las víctimas suelen experimentar sensaciones de impotencia, indefensión, miedo intenso, con graves consecuencias sobre la salud mental, como cuadros de ansiedad, depresión y estrés post traumático. Estudios funcionales han demostrado alteraciones en áreas cerebrales responsables de la memoria y el procesamiento emocional, modificaciones orgánicas que perpetúan los síntomas de estrés postraumático e ideaciones suicidas durante muchos años después de terminada la relación abusiva.
A esto se suma el impacto en niños y niñas que crecen en ambientes de violencia de género. Ellos no solo desarrollan enfermedades de salud mental como depresión, ansiedad y abuso de sustancias, sino que también corren el riesgo de normalizar comportamientos violentos en sus relaciones futuras, perpetuando un ciclo de abuso.
Por otra parte, se ha demostrado que la ansiedad, la depresión, los trastornos del espectro autista y los trastornos de conducta son más frecuentes en los niños nacidos de madres que experimentaron violencia doméstica durante el embarazo.
Desgraciadamente el acompañamiento de las víctimas durante el proceso de denuncia tiene grandes brechas de mejora a nivel global y en nuestro país, como falta de capacitación en para equipos de servicios de urgencia y salud general, enjuiciamiento y revictimización y durante el proceso y falta de coordinación y sinergia entre los actores del Sistema (salud, judicial, policial, ONGs, etc.).
La violencia de género no es un problema privado; es un problema social que nos afecta a todos. Visibilizar, prevenir y atender sus consecuencias es un compromiso que debemos asumir como comunidad.
¡Y recuerden, #ConversarDeSaludMental puede salvar vidas!